17 de Octubre de 1945
El día en que los trabajadores se movilizaron para exigir la liberación de Juan Domingo Perón y el inicio del Partido Laborista.
Ante la profundización del enfrentamiento social entre las organizaciones obreras y empresariales, se aceleró el acercamiento político entre Juan D. Perón y el sindicalismo. Además, Perón iba ganando cada vez más poder dentro del gobierno, llegando a ejercer simultáneamente la Secretaría de Trabajo, el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia.
Sin embargo, el panorama en 1945 no se presentaba del todo favorable para la nueva alianza social liderada por Perón. A la oposición de los industriales y terratenientes se sumaron la casi totalidad de los partidos políticos, asociaciones profesionales, gran parte de la comunidad universitaria y aquellos sindicatos que no acordaban con las propuestas de Perón y que reclamaban la democratización del país. También tuvo una activa participación el secretario de Asuntos Latinoamericanos de la Embajada de los Estados Unidos, Spruille Braden, quien reclamó el apoyo de la Argentina a los Aliados y denunció al gobierno como simpatizante de los países del Eje.
Ante la ofensiva de la oposición, la mayoría de los militares que integraban el gobierno de Farrell creyeron que era necesario deshacerse del sector político liderado por Perón, considerado el más irritante por la oposición y muy peligroso por su avance sobre distintas áreas del Estado.
El 19 de septiembre de 1945 la oposición al gobierno de Farrell convocó a una concentración pública. Exigían la renuncia del gobierno y la entrega del poder a la Corte Suprema hasta la convocatoria a elecciones. «La composición del público reunido era -afirma el historiador Félix Luna-, a ojos vista, de clase media para arriba».
La concentración desfiló desde el Congreso de la Nación hasta la Plaza Francia, en la Recoleta. Estaba encabezada por grandes cartelones con las caras de Rivadavia, Sarmiento, San Martín, Moreno, Urquiza y Roque Sáenz Peña, y por conocidos políticos como el socialista Alfredo Palacios, el comunista Pedro Chiaranti, los conservadores Joaquín de Anchorena y Antonio Santamarina, figuras reconocidas del radicalismo, y el representante de la embajada norteamericana, Spruille Braden. Una de las consignas más gritadas por los participantes fue: «A Farrell y a Perón hoy le hicimos el cajón.»
Exigieron a Perón la renuncia a sus cargos y lo llevaron detenido a la isla Martín García.
En medio de un clima de agitación obrera, el Comité Central Confederal de la CGT había declarado la huelga general para el 18, para reclamar ante el gobierno el mantenimiento de los beneficios laborales obtenidos durante la gestión de Perón. La mañana del 17, grandes masas de trabajadores del conurbano marcharon hacia Plaza de Mayo para exigir la liberación del exsecretario de Trabajo y Previsión. Allí permanecieron todo el día, mientras el gobierno negociaba con el comité de huelga y con el mismo Perón. Por la noche, luego de que el gobierno aceptara reemplazar su gabinete por otro «adicto» a Perón, éste dirigió un discurso a los movilizados.
En los días que siguieron, la versión de los hechos que dominó en la prensa de la Capital Federal (favorable en su mayoría a la oposición) quitaba trascendencia histórica a la movilización, reducida a «grupos revoltosos» no representativos del proletariado. Los periódicos socialistas (La Vanguardia) y comunista (Orientación) adjudicaban a Perón la organización de la marcha, mediante la manipulación del lumpen-proletariado (individuos marginales y criminales).
La revista oficial de la CGT prefirió ignorar lo ocurrido el 17 y centrarse en la exaltación de la huelga del 18. Sólo La Época, el único diario importante que apoyaba a Perón, presentaba un relato similar al que luego se transformaría en oficial: el pueblo se había movilizado espontáneamente, a efectos de rescatar a su líder máximo.
Frente a estos hechos, la agitación creció en el seno del movimiento obrero. Entre los trabajadores existía la convicción de que la caída de Perón significaría el triunfo de los sectores capitalistas y la posibilidad de perder las conquistas sociales obtenidas. Por ello, el 17 DE OCTUBRE de 1945, al conocerse la renuncia de Perón, los obreros comenzaron a movilizarse en distintos lugares del país. No sólo hubo paros y manifestaciones espontáneas, sino que muchos gremios -en el Gran Buenos Aires, Rosario, Tucumán- declararon en los hechos una huelga general, desbordando a la conducción de la CGT que la había convocado para el 18 de octubre. La movilización de las masas obreras consiguió la liberación de Perón y aseguró la continuidad de sus conquistas sociales.
Partido Laborista
Luego de los sucesos del 17 de octubre, el movimiento obrero buscó consolidar su iniciativa política. Esta voluntad se expresó en la creación de un partido obrero: el Partido Laborista (PL). La fundación del nuevo partido fue interpretada por los viejos sindicalistas como la realización de sus reclamos de participación política independiente en el plano político. La carta fundacional del Laborismo prohibía expresamente «el ingreso de personas de ideas reaccionarias o totalitarias y de integrantes de la oligarquía». Participaron en su creación dirigentes del más variado origen: socialistas, sindicalistas revolucionarios, radicales, independientes y miembros de la CGT. La primera comisión directiva estuvo encabezada por Luis Gay (telefónico) -nombrado presidente del partido- y Cipriano Reyes (del sindicato de la carne de Berisso), como vicepresidente. El resto de los dirigentes eran obreros de más de 15 años en la actividad sindical.
El programa del PL proponía la convocatoria a elecciones democráticas y una organización económica y social para el país, basada en una «necesaria redistribución de los ingresos, que mejore los salarios y las condiciones de vida de los trabajadores. La democracia política -sostenía- debe complementarse con la democracia económica». El PL se mantuvo hasta 1946 y luego de las elecciones, por iniciativa de Perón, fue disuelto. Su lugar fue ocupado por el Partido Peronista.
La versión oficial del acontecimiento fue destinada a transformarse en hegemónica, se fue gestando durante el gobierno de Perón por medio de la propaganda y la elaboración de un ritual que se repetiría todos los años. En 1946, el 17 de octubre fue denominado «Día del pueblo» y declarado feriado nacional por ley del Congreso. El nombre elegido evocaba la lucha de los trabajadores por sus reivindicaciones. Sin embargo, el acto oficial celebró el «Día de la Lealtad».
Con esta frase, el protagonismo de los trabajares era reemplazado por su adhesión incondicional a un líder. En su discurso, Perón anunció las características que el festejo tendría de ahí en más: se trataría de un diálogo sin mediaciones entre el líder y su pueblo, en el que aquél pediría su ratificación como tal. El ritual reproducía así la certeza dada a la movilización del ’45: la reinstalación de Perón en el poder.